lunes, 14 de junio de 2010

Inercia violada: UNAS CARRERA CON MONTURA BLANCA SUJETAS EN UN ESCOTE.

lunes, 14 de junio de 2010


Tal y como está el tiempo, Violeta no sabe muy bien qué hacer conmigo. De su nariz he pasado a sujetarle el pelo, y ya hace un par de horas que me lleva penetrando la blusa y el estrecho que une las copas de su sujetador fino de mujer liberada.

Salimos ahora de Hacienda. Violeta ha clavado las uñas en la mesa de un tal Javier allí sentado.

-¡Te digo que me sale a devolver!

Javier no me quitaba los ojos de encima.

-¿Te gustan mis tetas?

-Perdona, miraba las gafas.

Javier mentía, y el rubor de su cara no era comparable al rubor de su polla, que dejaba en evidencia la estrechez de su traje de sueldo fijo cuando se ha levantado a estrechar la mano de Violeta.

-Efectivamente, a devolver. Pase buen día.

Violeta, satisfecha, ha apretado algo más los brazos al acariciar, más que estrechar, la mano de Javier. Se sabe, se nota, está orgullosa. Casi me asfixia en la maniobra fatal, pero más que yo, la bragueta de Javier no podía respirar.

Ahora estamos bajando la calle y el trote que lleva Violeta balancea su busto, que va por libre, desacompasadas sus dos vertientes, a punto de salirse por la borda. Y yo peligro, también, entre tal furia al galope y la lubricación del sudor que acompaña.

Entramos en la misma frutería de siempre y Koldo la saluda tan simpático como de costumbre. No tiene más de veinte años, y todo su desparpajo oculta bien su descaro. Aunque Violeta tampoco suele darse cuenta porque siempre hay alguien con quien charlar en la cola.

Pero Koldo no descuida ni un segundo la atención de mis generosas compañeras, y le palpita la vena del cuello mientras agarra pepinos, melones, sacude zanahorias y cuenta docenas de plátanos. Cuando Violeta está en la tienda, todas las frutas son tetas o pollas, y todo huele como debiera oler una bacanal.

Yo sólo alcanzo a verle palpitar la vena del cuello, pero sé que no es la única que se agita revolucionaria.

Ya servida, Violeta sale pensando en lo agradable que es Koldo, y no sospecha que Koldo no tardará ni siquiera tres minutos en colgar el letrero de vuelvo enseguida para encerrarse en la trastienda a penetrar a una sandía.

Nos acercamos al portal cuando un viejito apacible con cara de no tener ni haber tenido jamás pene ni testículos, un viejo arrugado y tierno con sus gafas oscuras de viejo, con sus pecas oscuras de viejo, sus dientes oscuros de viejo y sus oscuras intenciones de viejo, susurra algo a Violeta.

Ella no ha alcanzado a oírlo y tampoco le preocupa. Pero yo estaba justo a la altura de sus babas.

-Te iba a chupar los pezones hasta dejarte seca, zorrona.

Casi entro riéndome en casa. Ya va tirando Violeta el bolso, las bolsas, y a mí me lanza sobre el sofá. Se quita también la ropa, pone música y se pone a bailar. Yo añoro el tener un sexo que tocar, porque Violeta se mueve como la Diosa de un volcán. Es pura lava, espesa, ardiente, y sabe que pronto llegará.

Él, su chico, el que entre tan hermosas tetas no descuida jamás la mirada de una hembra que no se cansa de follar.

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