viernes, 11 de junio de 2010

Inercia violada: UN JESUCRISTO CRUCIFICADO EN EL CUELLO DE UNA SEÑORA.

viernes, 11 de junio de 2010


Llevo ya unos años con ella. Yo era el más pesado, el más ostentoso, el más deseado. Ella me escogió en aquella vitrina cuando ya llevaba años retirada, en plena decadencia. Prefería comer poco que renunciar al lujo vacuo.

Me agarra cuando se alarma dramáticamente en la cola de la carnicería con los comentarios de las otras mujeres del barrio. Esas que llevan toda la vida en las mismas ratoneras obreras, las que nunca estuvieron en ningún burdel a la antigua, con orquesta en directo y un tipo, que siempre se llama Sam, al piano etílico.

Me agarra también cuando ve a una parejita naciente meterse mano en el parque a la salida de las clases, cuando la faldita desvergonzada de esa niña con el mundo por delante descubre un muslo terso, deseable y de hecho, deseado. Un muslo como el que ella enmarcaba en sus ligueros cuando salía al escenario a ponerle voz a un blues.

Lo hace, me estruja bien fuerte hasta clavarse mis esquinas en las palmas de sus manos como estigmas, cuando algún hombre aún mira sin ningún disimulo y toda curiosidad la forma que abulta en la camisa cerrada hasta el cuello, hasta la pura asfixia de la decencia. Esos hombres que nunca desnudarían su moral en la cama de la mujer que fue, y de la que hoy reniega.

Y se olvida de mí tantas veces…

Como ahora. Ahora María no se acuerda de mí ni de mi puta madre.

Ahora María está sentada en su tocador que ya no sostiene brochas, polvos ni pestañas con brillantes. En su triste tocador de asceta, que sólo tiene polvo. Al menos, más que ella.

Apura un puro habano, vieja costumbre. Y mira sus tetas caídas de pezones saltones (tantas veces fueron succionados…) que apuntan al polvo del tocador.

Se pierde entre el humo y se lleva la mano. Peludo, cansado. Agradecido, sin embargo, el coño mariano parece moverse.

María no ha olvidado a qué sabe correrse.

Me aparta ahora, y ya me sé el final.

Donde yo reinaba, reina ahora Satán. Apaga su puro contra la piel y llega al orgasmo, culpable por él.

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