lunes, 14 de junio de 2010

Inercia violada: UN TENEDOR DE LA CENICIENTA.

lunes, 14 de junio de 2010


Cada vez la veo menos.

Gisela debe tener ya unos catorce años, pero sólo han cambiado en ella las ojeras debajo de sus tristes ojos. Ahora son más moradas, ahora más profundas. Como la boca del miedo. Puede que tenga la pelvis más ancha, pero no hay atisbo de fertilidad en sus caderas. Puede que hubiera tenido que menstruar, pero jamás he notado olor alguno subir desde sus piernas. No existe ninguna curva que entorpezca mi trayecto entre el plato y su carita de niña perpetua.

Desde que llegué a ella a través de ese fascículo, el de la oferta de lanzamiento, el de la colección abortada, siempre me ha sido fiel.

Pero cada vez la veo menos.

Me preguntaba si ya sería demasiado mayor para un lacado excesivamente rosa. Pero Gisela nunca será demasiado mayor para asumir su evolución.

Esta noche, como tantas, estamos solos. Antonia, como siempre, ha dejado la cena sobre la mesa del salón antes de salir. Y Gisela revuelve los guisantes.

Lleva unas bragas de algodón sucias, acartonadas en el pliegue de sus muslos. Gisela ya no se lava. Una camiseta de promoción de San Miguel grotescamente grande. Los pies negros. Y el alma muerta.

Se me clava un guisante. Parece que hoy sí me llevará a su boca.

¿Qué hace Gisela que no frena en la estación? Gisela conduce al túnel, descarrilla, pierde mi control.

Encallo en la trampa de una mucosa maltratada, y siento temblores, bilis, ácido, saliva, mocos, sangre, miedo, adrenalina, calma, frío.

Preso, abandonado en una nube orgánica, veo por fin la luz.

La cabeza de Cinderella la estrangula un guante de látex blanco. Entre mis fauces, rastrojos de lo que fue Gisela.

Causa de la muerte. Obstrucción autoprovocada de las vías respiratorias. Suicidio. Yo.

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