miércoles, 30 de junio de 2010

Inercia violada: EL BIDET DE UNA MUJER DESVIADA.

miércoles, 30 de junio de 2010


Me gusta cuando se enjabona el coño sobre mí, tarareando alegre cualquier cancioncilla que jamás logro reconocer. Nunca tuve buen oído.

Esto sucede después de echar un polvo, cuando menstrua o cuando la excreción ha sido demasiado aparatosa. Veo sus muslos de mármol, demasiado bellos para que la celulitis suponga perjuicio alguno; los veo esparcidos, desparramados, rotundos sobre mi lecho. Veo el culo que culmina sus piernas de Walkiria exiliada, y su raja generosa perfectamente depilada, como manda la norma en la era del porno.

Otras veces, se lava los pies. Se sienta en el retrete, me llena de agua y jabón y mete sus pies ennegrecidos por el calzado barato, cansados, y suspira. Esa visión es escandalosamente femenina desde mi postura. Suele estar en bragas, así que me pierdo el coño y el culo, pero esas piernas… sus piernas se alargan blancas e infinitas hasta todo mi horizonte, trazando una autopista hacia algún lugar del Walhalla.

Y aunque amo sus piernas, no es si no cuando la tengo cara a cara cuando me subyuga del todo. Sucede pocas veces, siempre después de sus citas eventuales con Ese.

Ella sale de casa por la noche, y después, de madrugada, llega, se arrodilla frente a mí, desliza las medias de nylon y me mira, mariposa sin crisálida, mientras las enjabona en mi regazo. Nunca lleva bragas cuando sale con Ese.

Mi agua se enturbia de pis y semen. Es un olor amargo, como de nueces viejas. No canturrea entonces, pero me mira con una serenidad suprahumana, como de quien ha visto otro mundo y vuelve con un secreto. Como si hubiera ido a jugar al póquer con un Nibelungo.

Reconozco el esperma de Ese, su olor y su residuo reseco emblandecido por el agua tibia y las uñas de porcelana que agarran y frotan.

El orín es de ella. Estoy tan cerca de donde mea, y es por lo general tan poco higiénica… reconocería ese olor de espárrago rancio a cien kilómetros de este váter.

Ese la obliga a mearse encima. Ese se corre sobre sus medias caras. Ese tal vez jamás la haya besado.

Pero ella vuelve como de haber visto otro mundo, con un secreto, como si hubiera ido a jugar al póquer con un Nivelungo. Ella vuelve como jamás volvería tras un mundano orgasmo, sin secreto, sin juego, sin Dios.

Recuerdo esa cara hasta que, horas después de haberme tragado el jugo turbio, va menguando el olor.

lunes, 14 de junio de 2010

Inercia violada: UNAS CARRERA CON MONTURA BLANCA SUJETAS EN UN ESCOTE.

lunes, 14 de junio de 2010


Tal y como está el tiempo, Violeta no sabe muy bien qué hacer conmigo. De su nariz he pasado a sujetarle el pelo, y ya hace un par de horas que me lleva penetrando la blusa y el estrecho que une las copas de su sujetador fino de mujer liberada.

Salimos ahora de Hacienda. Violeta ha clavado las uñas en la mesa de un tal Javier allí sentado.

-¡Te digo que me sale a devolver!

Javier no me quitaba los ojos de encima.

-¿Te gustan mis tetas?

-Perdona, miraba las gafas.

Javier mentía, y el rubor de su cara no era comparable al rubor de su polla, que dejaba en evidencia la estrechez de su traje de sueldo fijo cuando se ha levantado a estrechar la mano de Violeta.

-Efectivamente, a devolver. Pase buen día.

Violeta, satisfecha, ha apretado algo más los brazos al acariciar, más que estrechar, la mano de Javier. Se sabe, se nota, está orgullosa. Casi me asfixia en la maniobra fatal, pero más que yo, la bragueta de Javier no podía respirar.

Ahora estamos bajando la calle y el trote que lleva Violeta balancea su busto, que va por libre, desacompasadas sus dos vertientes, a punto de salirse por la borda. Y yo peligro, también, entre tal furia al galope y la lubricación del sudor que acompaña.

Entramos en la misma frutería de siempre y Koldo la saluda tan simpático como de costumbre. No tiene más de veinte años, y todo su desparpajo oculta bien su descaro. Aunque Violeta tampoco suele darse cuenta porque siempre hay alguien con quien charlar en la cola.

Pero Koldo no descuida ni un segundo la atención de mis generosas compañeras, y le palpita la vena del cuello mientras agarra pepinos, melones, sacude zanahorias y cuenta docenas de plátanos. Cuando Violeta está en la tienda, todas las frutas son tetas o pollas, y todo huele como debiera oler una bacanal.

Yo sólo alcanzo a verle palpitar la vena del cuello, pero sé que no es la única que se agita revolucionaria.

Ya servida, Violeta sale pensando en lo agradable que es Koldo, y no sospecha que Koldo no tardará ni siquiera tres minutos en colgar el letrero de vuelvo enseguida para encerrarse en la trastienda a penetrar a una sandía.

Nos acercamos al portal cuando un viejito apacible con cara de no tener ni haber tenido jamás pene ni testículos, un viejo arrugado y tierno con sus gafas oscuras de viejo, con sus pecas oscuras de viejo, sus dientes oscuros de viejo y sus oscuras intenciones de viejo, susurra algo a Violeta.

Ella no ha alcanzado a oírlo y tampoco le preocupa. Pero yo estaba justo a la altura de sus babas.

-Te iba a chupar los pezones hasta dejarte seca, zorrona.

Casi entro riéndome en casa. Ya va tirando Violeta el bolso, las bolsas, y a mí me lanza sobre el sofá. Se quita también la ropa, pone música y se pone a bailar. Yo añoro el tener un sexo que tocar, porque Violeta se mueve como la Diosa de un volcán. Es pura lava, espesa, ardiente, y sabe que pronto llegará.

Él, su chico, el que entre tan hermosas tetas no descuida jamás la mirada de una hembra que no se cansa de follar.

Inercia violada: UN TENEDOR DE LA CENICIENTA.



Cada vez la veo menos.

Gisela debe tener ya unos catorce años, pero sólo han cambiado en ella las ojeras debajo de sus tristes ojos. Ahora son más moradas, ahora más profundas. Como la boca del miedo. Puede que tenga la pelvis más ancha, pero no hay atisbo de fertilidad en sus caderas. Puede que hubiera tenido que menstruar, pero jamás he notado olor alguno subir desde sus piernas. No existe ninguna curva que entorpezca mi trayecto entre el plato y su carita de niña perpetua.

Desde que llegué a ella a través de ese fascículo, el de la oferta de lanzamiento, el de la colección abortada, siempre me ha sido fiel.

Pero cada vez la veo menos.

Me preguntaba si ya sería demasiado mayor para un lacado excesivamente rosa. Pero Gisela nunca será demasiado mayor para asumir su evolución.

Esta noche, como tantas, estamos solos. Antonia, como siempre, ha dejado la cena sobre la mesa del salón antes de salir. Y Gisela revuelve los guisantes.

Lleva unas bragas de algodón sucias, acartonadas en el pliegue de sus muslos. Gisela ya no se lava. Una camiseta de promoción de San Miguel grotescamente grande. Los pies negros. Y el alma muerta.

Se me clava un guisante. Parece que hoy sí me llevará a su boca.

¿Qué hace Gisela que no frena en la estación? Gisela conduce al túnel, descarrilla, pierde mi control.

Encallo en la trampa de una mucosa maltratada, y siento temblores, bilis, ácido, saliva, mocos, sangre, miedo, adrenalina, calma, frío.

Preso, abandonado en una nube orgánica, veo por fin la luz.

La cabeza de Cinderella la estrangula un guante de látex blanco. Entre mis fauces, rastrojos de lo que fue Gisela.

Causa de la muerte. Obstrucción autoprovocada de las vías respiratorias. Suicidio. Yo.

viernes, 11 de junio de 2010

Inercia violada: UN JESUCRISTO CRUCIFICADO EN EL CUELLO DE UNA SEÑORA.

viernes, 11 de junio de 2010


Llevo ya unos años con ella. Yo era el más pesado, el más ostentoso, el más deseado. Ella me escogió en aquella vitrina cuando ya llevaba años retirada, en plena decadencia. Prefería comer poco que renunciar al lujo vacuo.

Me agarra cuando se alarma dramáticamente en la cola de la carnicería con los comentarios de las otras mujeres del barrio. Esas que llevan toda la vida en las mismas ratoneras obreras, las que nunca estuvieron en ningún burdel a la antigua, con orquesta en directo y un tipo, que siempre se llama Sam, al piano etílico.

Me agarra también cuando ve a una parejita naciente meterse mano en el parque a la salida de las clases, cuando la faldita desvergonzada de esa niña con el mundo por delante descubre un muslo terso, deseable y de hecho, deseado. Un muslo como el que ella enmarcaba en sus ligueros cuando salía al escenario a ponerle voz a un blues.

Lo hace, me estruja bien fuerte hasta clavarse mis esquinas en las palmas de sus manos como estigmas, cuando algún hombre aún mira sin ningún disimulo y toda curiosidad la forma que abulta en la camisa cerrada hasta el cuello, hasta la pura asfixia de la decencia. Esos hombres que nunca desnudarían su moral en la cama de la mujer que fue, y de la que hoy reniega.

Y se olvida de mí tantas veces…

Como ahora. Ahora María no se acuerda de mí ni de mi puta madre.

Ahora María está sentada en su tocador que ya no sostiene brochas, polvos ni pestañas con brillantes. En su triste tocador de asceta, que sólo tiene polvo. Al menos, más que ella.

Apura un puro habano, vieja costumbre. Y mira sus tetas caídas de pezones saltones (tantas veces fueron succionados…) que apuntan al polvo del tocador.

Se pierde entre el humo y se lleva la mano. Peludo, cansado. Agradecido, sin embargo, el coño mariano parece moverse.

María no ha olvidado a qué sabe correrse.

Me aparta ahora, y ya me sé el final.

Donde yo reinaba, reina ahora Satán. Apaga su puro contra la piel y llega al orgasmo, culpable por él.

jueves, 10 de junio de 2010

Inercia violada: UNA BARRA DE LABIOS ROSA CHICLE.

jueves, 10 de junio de 2010


Lolita siempre me lleva con ella en su bolso, entre piruletas y abalorios huérfanos en forma de corazón. Nunca me pierde de vista, y siempre me acerca a sus labios en los momentos más acelerados.

La primera vez, le late muy rápido. Ya la conozco, y la intuyo intrépidamente agitada en la preparación de su nínfico arte. Me saca, entonces, y frente a un espejo del baño de un hostal cualquiera desliza mi lengua rosada por su boca de juego ambicioso. Aprovecho yo para fijarme en el espejo e intentar cuadrar quién será esta vez el que reposa subyugado, absorto mirándola empalmado, en esa cama infiel.

Me suena su cara, como la del resto. Me suena su anillo dorado inútil en su dedo torpe, y esa polla traicionera traicionada. Me suena su aliento a Ducados y su mirada expectante de cervatillo cazado.

Lolita me apoya mimosa en la mesa coja de esa habitación que no es digna de ella.

Lolita se va.

Ríe, y ronronea, Lolita susurra, se queja, gime. Lolita aprovecha, se forma, aprende, se abre, la traga, lo toca, se aparta.

Lolita se va. Al menos tres veces.

Ya viene vestida, me coge, me guarda.

Lolita se va. Y me lleva con ella.

La segunda vez, le late muy rápido. Ya la conozco, y la intuyo intrépidamente agitada en la preparación de su nínfica excusa. Me saca, entonces, y frente a un espejo del baño de una clínica cualquiera vuelve a besarme.

Fugaz roce, no obstante. Hoy nos interrumpe Mamá.

-Llevo esperándote media hora, ¿dónde has estado?

-Lo siento, Mamá. El profesor de piano insiste en que tengo que acostumbrar más las manos.

-Date prisa. El pediatra también te está esperando.

Sonríe Lolita y me lleva en la mano consigo.

Y justo antes de que vuelva a guardarme, puedo ver la cara triunfante del que ocupó la cama de ayer.

miércoles, 9 de junio de 2010

Inercia violada: UNA LÁMPARA EN UN CUARTO DE ALQUILER.

miércoles, 9 de junio de 2010


La perspectiva desde aquí arriba es interesante. Y cálida, muy cálida. Edison debía de saber sobre calores. Entre calores y colores cálidos, la veo atusarse el pelo. Sólo veo su pelo atusado, las manos morenas, y dos pechos desafiando los confines del sujetador. La perspectiva, que es interesante pero muy verticalista.

-Paseíllo. –dice una mano francesa que abre la puerta.

Y al salir ella, entonces veo su culo canela apretando el bordado de encaje de sus bragas zalameras.

Un minuto y vuelve.

No vuelve sola.

Él es calvo, alto y desgarbado, con bigote negro, la mirada cansada y las manos alegres. La atrae de la cintura, y quiere besarla.

-Ducha papito.

Le pierdo de vista tras la otra puerta, y en poco segundos escucho caer el agua.

-¿Cómo te llamas?- le pregunta gritando.

-Priscilla.

-¿Brasileira?

-Sí papi.

Mientras el putero bigotudo canturrea under the rain, veo a la puta que se hace llamar como una puta, rebuscando en sus cajones de medias de blonda y vestidos brillantes.

Priscilla parece encontrar lo que busca.

Priscilla exprime en su mano ese tubo y se la lleva con gel al desierto que reposa bajo sus bragas rameras.

Priscilla frota y refrota sus muslos, calentando la falacia lubricada como yo caliento la estancia de amor alquilado.

Ya sale el calvo, ya sale hambriento, torero, estoque en mano, cañí, entregado.

Se arrodilla Priscilla y le vende su sueño, salivante, ciega, asfixiada, hasta dentro.

Empuja, experta, poco a poco al calvo a la cama, empuja sus piernas, entre bocanada y bocanada. Lo empuja, lo tumba, lo besa, lo abraza.

Libera sus pechos, se quita las bragas.
Preserva, se ensarta y cabalga, y cabalga.

-Gustozzo. – le engaña.

Y gime, y revuelve, y destroza su calma.

No paran las manos del calvo en el cuerpo vendido de la hermosa mulata y un golpe en la puerta avisa de que el tiempo se acaba.

-Lo quiero en tu cara.

Y Priscilla se encoje a su lado en la cama, libera de goma el cañón y espera su bala.

Se acaban los versos. El calvo se marcha.

Priscilla se duerme, ni siquiera se lava.

La mano francesa se adentra, deja un billete sobre una sandalia, y antes de cerrar la puerta, me apaga.